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Identidad del discípulo: la oración


El llamado

En esta ocasión hemos observado el texto de Mc 3,13ss donde Jesús instituye a los Doce.

Señalamos que la montaña del v13 indica el lugar privilegiado donde Dios se revela al pueblo de Israel. Es donde Moisés recibe las tablas, por ejemplo. Esto se explica porque, geográficamente, quien la subía estaba más cerca del cielo y, según el pensamiento hebraico, de Dios.

En una lectura analógica la montaña puede representar los momentos cumbres de nuestras vidas, aquellas llamadas que Dios nos hace llamándonos a la plenitud de nuestra humanidad y, entonces, haciéndonos más semejante a Cristo, hombre excelente.

La altitud de la montaña depende, por lo tanto, de cuanto de alto sea el llamado. Por este motivo decimos que nuestros cónyuges se encuentran en una montaña más alta que, por ejemplo, el trabajo.

Pues bien, la epifanía de Jesús en lo alto de la montaña indica que nuestra semejanza a Él incrementa en cuanto subimos hacia Él, es decir cuando tomamos las riendas de las vidas y sabemos valorar exactamente las cosas para ordenarlas según su verdadero grado de importancia.

El v14 nos indica que este llamado se dirige a todos, pues los Doce apóstoles representan el entero pueblo de Israel. Por este motivo, nunca debemos dejar que nuestros acompañados se desalienten pensando que sus vidas no tienen relevancia social, pues esto no es lo que importa en realidad como dice Mt 6,1-8. Aquí Jesús nos enseña que lo más importante en la vida de un hombre se resuelve en lo secreto de la oración. Por más que todo parezca gris, debemos mostrarle que su vida tiene cumbres, debemos enseñarle que todos tenemos una montaña en nuestra vida donde Dios se revela y que, viviéndola, nos asemejamos más a Él porque más amamos aquella vocación que nos confió. Esta montaña tan alta es, sin duda, la vocación personal-escatológica para aquellos que son célibes por el Reino de los Cielos y la vocación comunitaria para quienes estamos llamados a ser fieles a nuestro cónyuge.

De aquí se desprende un deber para todo acompañante: ayudar a descubrir la verdadera vocación de la persona, aquel llamado a la perfección que Dios colocó en lo más profundo de su corazón y que, a veces, por la velocidad del mundo, es tan difícil de reconocer.

Cuando Cristo, en el v.15, da poder a sus discípulos para que expulsen demonios, podemos observar que aquí se habla de cierto poder curativo que viene directamente de Él. Los Doce no pueden expulsar demonios por sí mismos, sino que Cristo obra a través de ellos y es Su poder el que actúa. Este versículo tiene mucha importancia en la vida del discípulo que, a su vez, es acompañante espiritual, pues nos enseña el modo en el que la oración y la cercanía con Dios (la gracia) nos ayudan para aconsejar a nuestros acompañados. En definitiva, nuestro "acompañar" se completa así: "acompañar al otro en su camino hacia Cristo, camino montañoso pero luminoso".

La identidad del discípulo

El discípulos, entonces, desarrolla su identidad, sobretodo, cuando responde el llamado de Dios a la fidelidad, tanto a Él solamente como a Él y al cónyuge.

Toda identidad personal es narrativa y relativa, es decir, se cuentan las relaciones de uno. Uno puede presentarse como cristiano porque reconoce su relación con Cristo, así el esposo lo es por su esposa y el padre por la madre y el hijo.

Esta importancia de la relación con Cristo para la determinación de mi identidad se observa en Mc 3,31ss cuando Él afirma: "Estos son mi madre y mis hermanos. Porque el que hace la voluntad de Dios, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre". Es decir, nuestra pertenencia a su familia se fundan en la capacidad de cumplir la voluntad de Dios. Cuando en el v.35 dice "madre" podemos leer: quien hace nacer a un cristiano, o quien ayuda para que se logre la conversión.


 
 
 

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